viernes, 1 de mayo de 2009

Licencia Creativa de: Con Vista a la Tierra

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Con Vista a la Tierra



Con Vista a la Tierra



Capítulo I





Por:

AbarMor











“Quiero una habitación con vista a la Tierra…por favor”. -Dasdel solicitó con cansada voz sin ni siquiera mirar al viejo recepcionista de suéter color beige.

“Lo lamento amigo, no hay mas habitaciones con esa panorámica, pero me gustaría recomen…” -Interrumpió su oración al ver la dura mirada del hombre que estaba ante el.

“Eh…déjeme revisar de nuevo, a veces se me olvidan las cosas, a veces hablo de mas y otras, de menos”. -Decía esto el anciano mientras comenzaba la búsqueda en su registro de huéspedes. Esbozando una breve sonrisa continuo: “Mmmm…aja…bueno, en realidad, hay una habitación como la que usted desea, el problema es que alguien mas ya la aparto hace 10 horas aproximadamente; me dejo…más bien dicho, me envió la mitad de la tarifa como deposito. Pero, sabe, es la tercera vez que la misma persona hace esto, sin presentarse ni ocupar el cuarto que había apartado; en realidad no le conozco a él, imagino que es algún viajero, tal vez tiene contratiempos o yo que sé. El siempre…” .

“¿La puedo ocupar o no?” -Dasdel interrumpió, cansado ya de tanto discurso.

“Esta bien, mire, le daré la habitación, con tal de que me deje pagado en su totalidad la noche o noches que piense quedarse; aunque aquí va a ser de noche un buen rato, verdad? No puedo arriesgarme en vano. Usted sabe, no son tiempos de abundancia…”

El cliente coloco un fajón de billetes en la barra metálica del mostrador y señalo: “Solo estaré un par de noches, quizás”.

“De acuerdo, mire…” -El recepcionista le devolvió la mitad del dinero dispuesto- “Con esto es suficiente, ahora le doy su llave” -El administrador, puso una marca en su registro de huéspedes, junto al nombre de Ireko Marzzi, el hombre que inicialmente había rentado la recamara.

Mientras, Dasdel de camisa marrón, remangada, pantalón y botas de un azul oscuro; echaba un vistazo alrededor de la amplia sala de recepción rodeada en su mayor parte por transparentes cristales que servían de paredes y permitían observar el exterior, pero sin ser posible ver de afuera hacia adentro. Los ventanales estaban unidos a blanquísimas paredes que proporcionaban una calida luz a toda la sala, por lo tanto no había necesidad de tener lámparas o foco alguno. Inclusive el techo era una bóveda elevada, en la que se apreciaba a modo de cinema un cielo azul en donde nubes blancas avanzaban tranquilamente.

“¿Qué le parece nuestro antiguo cielo terrenal? Por la edad que le calculo a usted, creo que tuvo la fortuna de ver algo así en nuestro viejo hogar” -Comentaba con nostalgia el anfitrión mientras veía la bóveda.

“¿Y qué edad me calcula, según usted?” -El serio huésped le interrogaba con desconfiada mirada.

“Cerca de los 25 años ¿Acerté?”

“Casi. ¿Me podría dar la llave?”



“Tome, es la habitación 39, piso 3, que disfrute su estancia en el Mare Spumeggiante.” -Le orientó, mientras sacaba de un cajón, un pequeño cubo transparente de un luminoso color azul claro.

“Gracias.”

Y sin más, el joven se encamino hacia la plataforma gravitacional que lo llevaría a los pisos superiores. Pulsó el número 3 del fosforescente tablero derecho; la pulcra plataforma comenzó a elevarse lentamente sin hacer ruido alguno. Dasdel percibió un tenue calor en el ambiente al que pronto se acostumbro.

“Por favor introduzca el cubo designado.” -Anuncio una computarizada voz femenina.
Un compartimiento especial para el cubo-llave apareció en medio del tablero fosforescente. El ocupante introdujo el cubo.

“Tercera planta. En busca de la habitación 39” -Prosiguió la grabación femenina, mientras el elevador se movía ahora hacia la derecha para posicionar al huésped frente a su dormitorio.

“Frente a usted se encuentra la habitación 39, que tenga una agradable estancia en Mare Spumeggiante”. -Concluyo la cordial voz.

Dasdel tomo su cubo y comprobó que realmente la puerta ante él tuviera el numero 39, observó hacia un lado y luego hacia el otro del solitario pasillo, contando 10 puertas a lo largo. Con rapidez encajó el cubo en el receptor que estaba aun lado de la puerta, el borde de esta se torno de un verde neón abriéndose silenciosamente. Dasdel entro con ansia al aposento, como si de un refugio alejado de sus problemas se tratara. Examinó alrededor: había una cama matrimonial cubierta de una sabana color beige que combinaba con la calida iluminación que irradiaban las blanquecinas paredes, en una de ellas había un cuadro con una pintura de Boris Vallejo: “Atlas” cargando en sus hombros al planeta Tierra. La imagen lo atrajo por algunos segundos y luego recordó el porque trató de insistir con el recepcionista. Tocó un botón en la pared, un par de cortinas se abrieron de par en par, y una imagen aun más atractiva y viva envolvió su mirada: El planeta Tierra estaba a lo lejos.

“Apagar la luz”- Le ordenó a la habitación, la cual le obedeció al instante. Dejó caer su maleta y después se permitió caer de espaldas sobre la cama. A pesar de que se podía ver la mitad de su enorme tamaño era un placer verla. Parecía un satélite natural, aunque el lugar desde donde se le veía, era el verdadero satélite. Desde ahí parecía una esfera azul-marino con pinceladas de gris y café oscuro, con un negro telón de fondo lleno de estrellas que brillaban poco, como mostrando respeto a su grandeza. Respeto que mostraban incluso las fieras nocturnas que vagaban por doquier, en el frío y semi-artificial bosque, que se ha formado como si fuese un panal de vida adentro de una vitrina cristalina. La Tierra a lo lejos no dejaba de insistir en sembrar nostalgia a sus antiguos habitantes, y aun también en los que ni siquiera pisaron su alguna vez fértil suelo y contemplaron su poderoso y calmo mar azul.
Se ve tan quieto el mundo que esta en la distancia, tan tranquilo el espacio que lo rodea, y tan contagiosa calma que a Dasdel le iba arropando para llevárselo a la recamara del reconfortante sueño…él cerro los ojos al ponerse de acuerdo con el cansancio.
Un espeso humo gris comenzó a invadir sus sentidos y no solo eso, sino también el cuarto entero, dificultando tener una respiración serena.


“Esto no es un sueño, o si?” -Se preguntó así mismo.

Trató de tocar el denso vapor que flotaba extendiéndose por todos lados. Se dio cuenta de que no era posible sujetar tal etérea exhalación que entraba por la parte inferior de la puerta.
Dasdel se sentó en la cama reconociendo que eso no era un sueño, y temió que quizás fuera el comienzo de una desazón.
Incrustó el cubo en la abertura, pero esta vez, la puerta no se abrió. Corrió hacia la maleta, saco una pistola laser, la ajusto al máximo poder y disparo hacia la puerta dibujando un amplio orificio por donde pasar.
Las líneas formadas por el arma en la puerta despidieron un humo negro. Dasdel pateó la silueta en la puerta, miró por el pasillo desierto con tenue iluminación -opacada a causa de tanto humo-. Alcanzó la entrada del elevador, presionó todos los botones que pudo, pero ninguno acciono cosa alguna, regresó a su cuarto, dio unos golpecillos con sus dedos al vidrio que servia de ventana.

“Cristal reforzado. No hay problema, es una emergencia.” -Dicho esto, apunto con cuidado hacia el cristal y repitió la misma operación de la puerta, solo que esta vez, en el centro de la silueta hizo un orificio por donde introdujo atentamente su dedo índice y así retiro el vidrio recortado.
Se asomó hacia abajo; entre el humo que vagaba en el exterior del edificio midió a simple vista la altura; calculo una caída de tres pisos, tomo su ligero equipaje y sin pensarlo dos veces saltó hacia fuera, al mismo tiempo que caía escucho pasos introduciéndose en la habitación que acababa de abandonar.
Mientras iba descendiendo pensó: “Demasiado tarde para mi rescate, ya me las arreglé.”
Aterrizó de pie en el jardín de la parte trasera del hotel, inmediatamente miro hacia la ventana que había perforado y logro ver a un par de siluetas borrosas que se asomaban y lo miraban, pero algo estaba encima del edificio, algo que le llamo la atención mas que a nada: una enorme esfera gris flotaba suspendida, propagando en macabros círculos ese espeso vapor gris que vagaba por todos lados.

Él observó la esfera unos segundos más, y decidió ir a buscar al viejo recepcionista para saber que sucedía. Luego siguió corriendo por el jardín de la parte posterior -del extrañamente silencioso hotel- giró hacia la izquierda pasando a lado del modesto estacionamiento, a la vez que comprobó rápidamente que su nave estuviera en perfecta normalidad. Guardó ahí su equipaje, y siguió su camino hacia la puerta principal. Llego a la entrada saturada por la neblina, las puertas automáticas se abrieron con naturalidad, Dasdel entró cautelosamente, y la entrada detrás de él…se cerró. Trató en vano de ver a través de la bruma. Se acercó al mostrador de la recepción tocándolo con una mano.

“¿Señor recepcionista, en donde esta? ¿Se encuentra bien?” - Dasdel preguntó en voz alta, casi en grito, pero no hubo respuesta.

“¿Hay alguien por aquí?” -Insistió Dasdel

“¿Quién eres?” - Preguntó una extraña voz fría.




“Soy el inquilino de la habitación 39, pero parece que ya me voy, no me esta gustando este estilo de hospedaje.” Y continuó: “Usted no es el viejo de la recepción. ¿Quién es, otro huésped?”

“Tan solo no trates de buscarme. No te muevas. ¿Cómo te llamas?” -Ordenó la desconocida voz.

“Mire, me estoy arriesgando mucho al tratar de ayudar, no se que sucede aquí, y ya quisiera estar ahora mismo en otro lugar que no sea este. Mi nombre no es necesario y no me interesa el suyo, así que tan solo dígame que esta sucediendo…si es que lo sabe” -De esta manera argumentó Dasdel.

“Bien, solo lo diré una vez y de eso dependerá todo … no des ni un paso mas, puedo verte a través del gas… dime si tu eres Ireko Marzzi, si lo eres, sabes de que se trata todo esto, sino lo eres, no importará.” -Esto advirtió la enigmática presencia.

“No me gusta su tono de voz, sabe, ya no tengo ganas de ayudar a nadie aquí. Y yo también diré algo una sola vez: soy otro menos ese tal Marzzi, y ya me voy de su fiesta.” -Diciendo esto, caminó hacia el acceso, pero esta vez las puertas no se abrieron, trató de separarlas con las manos, pero sin lograrlo. El humo comenzó a desvanecerse poco a poco, dejando ver con más claridad el alrededor. Dasdel apretó su arma y volteo lentamente hacia atrás, visualizó a seis hombres encapuchados con gruesos lentes, guantes, traje y botas ajustados, todo esto de color negro; y en la frente y pecho de cada uno, el símbolo de un cuarzo rojo de cinco puntas. Todos ellos con armas de largo alcance. Tan solo uno de ellos se diferenciaba de los demás, por tener un cuarzo grande y dos pequeños en su frente. Uno de los encapuchados de la orilla tenía sujeto como rehén al viejo encargado del hotel que había prestado la recamara a Dasdel.

“¡Oigan, que tiene que ver el viejo?! ¡Libérenlo!” -Les ordenó Dasdel.

“Ya veo que no eres Ireko, que mala suerte tienes…nos estas estorbando y no nos sirves.” -Declaró el sujeto de los tres cuarzos. Seguido a esto apunto con su rifle a Dasdel.
Repentinamente los seis tipos de negro cayeron sentados en el piso sin sus respectivas armas. Se notaba la sorpresa en ellos.

“Rápido. Toma cuatro rifles, espérame en el estacionamiento, yo te alcanzo.” El anciano apareció súbitamente junto a Dasdel, dejando a su paso una estela de imágenes de si mismo, que se desvanecían continuamente por donde había pasado.
Dasdel al contrario, no asimiló a la misma velocidad las acciones que estaban sucediendo. Aun así comprendía la peligrosa situación en que había caído. Tomó cuatro de los fusiles que el señor depositó en el suelo y corrió hacia el aparcamiento con una mezcla de preocupación y compañerismo hacia aquel longevo hombre, el cual, apuntaba los cañones de los dos rifles que tenia hacia sus previos captores, ya que, se estaban poniendo de pie nuevamente.

“No se muevan. ¿Qué no se dieron cuenta de lo rápido que puedo ser? ¿Quieren confirmarlo bien? - Con disposición de disparar y con seguridad, habló de esa manera a sus oponentes.



“Cuarzos! Hacia la nave.” - Ordenó el líder de los Cuarzos Rojos; y lentamente comenzó a caminar de espaldas subiendo por las escaleras principales. Los demás lo imitaron, y en cuanto alcanzaron el pasillo, todos corrieron en la misma dirección hacia arriba, perdiéndose de la vista del viejo, ahora armado. Este, usando su asombrosa velocidad hizo lo mismo pero en dirección al estacionamiento.

Al llegar a la azotea del edificio, los Cuarzos Rojos lograron ver a su izquierda como salía disparada una sencilla nave rumbo al espacio exterior. Ellos se apresuraron a abordar su propia nave esférica, la cual ya no exhala el tupido humo gris que había invadido en acto fúnebre a la quieta posada.






Base Marineris de la Guardia Marciana.

Era de tarde.

Estaban dos hombres, Acrón y Sagaris, junto con tres enfermeras en un elevador del cuartel Marineris. Iban ascendiendo en un elevador con un interior totalmente blanco, con bastantes rectángulos sumidos ordenadamente por todos lados del techo y paredes; traían una camilla por si la llegaran a necesitar.
Acrón, un Mayor de la Guardia Marciana que había tomado el puesto hace tres semanas, tenia un cabello oscuro peinado hacia atrás que le llegaba a donde termina la nuca; ojos negros de mirada tranquila, un espeso bigote que combinaba con su edad madura, su piel bronceada, un porte regio que resaltaba gracias a su uniforme azul marino.
Sagaris, un sargento del Poder Aéreo, sobrino de Acrón, que había sido invitado por él, a conocer el nuevo Cuartel. Sagaris poseía un cabello castaño con corte militar, el mismo color de piel que su tío, porte sencillo y uniforme blanco con botas plateadas.

Las enfermeras eran señoras entradas ya en los cuarenta años, vestían blusas y faldas verdes que les llegaban a las pantorrillas, usaban zapatos de piel marrón.

“Me siento un poco nervioso, es mi primera visita al cuartel y ocurre un accidente aéreo, para mi no es una buena señal, además de que el caerte en tu propia nave es la mayor preocupación de un navegante en servicio.” -Decía el intranquilo Sagaris.

“Trata de no pensar tanto en eso Sagaris, no importa lo que suceda, como piloto de la Guardia Marciana debes estar preparado mentalmente para cualquier cosa, empezando por controlar tus nervios, se que lo puedes hacer, o me equivoco?” Aconsejaba y miraba con calma a su joven sobrino.





“Bueno, la verdad es que pocas veces me inquieto así. Yo esperaba un paseo por toda la división especial, con historias asombrosas, una limonada y hasta poder conocer alguna muñeca; pero llego, y a los diez minutos, alguien casualmente se avienta a la pista de aterrizaje de uno de los cuarteles de la Guardia. Eso no me apacigua mucho que digamos.” -Se expresó con resignación.

“Esperemos que este contratiempo no sea nada importante y te presentare a todas las chicas de la sala de comunicaciones.”

“¿En serio? ¿A todas?” -Sagaris pregunto con cierta incredulidad.

Una luz roja empezó a parpadear en el elevador entero, acompañada por un sonido de alarma, que poco a poco se iba incrementando en intensidad. “Alerta máxima. Alerta máxima. Alerta máxima. –La voz electrónica confirmaba la emergencia.

“Tío. ¿Qué pasa?” -Pregunto con ligera excitación.

“No lo se. Guarda la calma y sigamos los procedimientos de emergencia…” -Respondió el Mayor, sin alterarse.

“Que guarde calma…?” -Con esfuerzo Sagaris contuvo sus siguientes palabras.

“Bien, enfermeras, regresen al sótano medico, y permanezcan atentas por si las necesitamos pronto. Sagaris, tú no tienes que ir conmigo si no lo deseas…”

“Claro que voy.” - Con seguridad en si mismo interrumpió a su tío y además dijo: “No porque seas mi tío, sino porque soy un guardia mundial. Es lo que hacemos nosotros, ir a ordenar las cosas.” -Confirmo con una sonrisa.

Acrón apretó uno de los rectángulos en la pared, una puerta se abrió y las tres enfermeras rápidamente se introdujeron en ella junto con la camilla.
Sagaris y Acrón se quedaron en la cabina original. Llegaron a la superficie y salieron del elevador.

“¿Cuál es la situación, centinela?” -Acrón pregunto a un custodio que se encargaba de cuidar uno de los accesos al cubil principal.

“Señor, no sabemos quien o quienes viajan en la nave accidentada, ni cual es su condición. Hay soldados apagando ahora mismo las pocas llamas que género el choque. Lo más probable es que no halla sobrevivientes. Espero sus ordenes.”

Acrón pidió un vehículo para que los aproximara a la zona del percance, que se encontraba a varias yardas de ahí. En eso, una fugaz lluvia de disparos rojizos se dejo caer rozando a Sagaris y al vigilante. Ellos y Acrón se agacharon volteando hacia el cielo; varias figuras indefinidas se acercaban rápidamente hacia ellos.

“¡Miren, les están disparando!” -Grito un niño que estaba cerca de ahí junto a otros cuatro chiquillos mas, acompañados de una mujer y un hombre que también eran guardias de la base.


“¡Dioses santos! ¿Que hacen esos niños aquí?” -Exclamo Acrón y se dirigió rápidamente hacia los infantes, Sagaris le siguió y el centinela se quedo a cuidar celosamente de su puesto con pistola en mano.

“Rápido. Gente, niños vamos a la otra entrada.” -Con el dedo, Acrón les indico la siguiente entrada más cercana, pues la que conducía hacia el elevador ya era peligrosa.

Rodearon un reducido almacén cercado por malla metálica. El Mayor saco su pistola y disparo a la cerradura de la malla, todos entraron corriendo a un pequeño patio que conducía a unas escaleras que descendían hacia unas compuertas de seguridad, pero apenas iban a alcanzar las escalinatas, un androide con forma y tamaño de niño les cerro el paso amenazadoramente.
Los guardias que cuidaban a los niños, Sagaris y Acrón, desenfundaron de su cinturón sus armas preparándose para atacar, sin embargo, el pequeño robot extendió su brazo, apuntando la palma de su metálica mano hacia ellos. Las cinco pistolas alistadas fueron arrebatadas magnéticamente de sus manos y fueron a parar a las del robot; por detrás de este y del otro lado de la malla, se pudo observar como aterrizaban cuatro robots de tres metros cada uno, articulados con delgados y largos brazos y piernas, los antebrazos tenían armas integradas. No era posible ver a través del oscuro cristal ovalado el cual ocultaba al el piloto que controlaba la maquina.
Tres de estos robots empezaron a disparar en dirección contraria, hacia los muchos guardias que se encontraban cerca de la pista de aterrizaje. Un robot rojo, único, tan solo se quedo mirando a los recién desarmados.
Sagaris arrancó un tubo que componía los sostenes de la malla divisora y lo estrello fuertemente en la cabeza del robot niño, mandándolo a volar y luego cayendo encima del borde de la cerca metálica. Mientras Sagaris hizo esto, los demás oficiales ya se habían apresurado a bajar por las escaleras y abrir las compuertas mediante proporcionar una clave en el tablero contiguo, después entraron; pero detrás de ellos descendieron desde el aire dos robots, el rojo y uno grisáceo. Sagaris no tuvo tiempo más que de ver como trascurría todo eso rápidamente.


“! Pronto! Hacia los pisos inferiores!” -Exclamaba con apuro el Mayor Acrón a los dos oficiales y niños que iban con ellos, mientras oprimía el interruptor de control de las puertas blindadas que se cerraban de forma normal, pero él sentía que el cerramiento era desesperadamente lento; ya cerca de unirse ambas puertas, un grueso pie plateado se interpuso entre ellas, impidiendo así su propósito.
Los morenos guardias, junto con Acrón corrieron. El cabo que estaba con ellos, tomo en brazos a los gemelos, la chica cargo a la niña y los otros dos niños se valieron por sus propios pies. Seguido a esto, dos manos rojas abrieron de par en par las gruesas compuertas, llegando detrás de él otro robot más que sujetó de igual forma los pórticos, para así darse paso a ambos intrusos. En cuanto entraron al pasillo, las puertas se sellaron.

Mientras Acrón corría junto a los escoltas de los pequeños y daban vuelta a la izquierda del pasillo, decía: “Cabo, en la separación delante de los pasillos, usted vaya junto a la señorita y los niños por el lado derecho hasta llegar a la siguiente compuerta blindada. En ese cuarto encontraran dos puertas, una de ellas tiene armas, y el otro acceso desciende a otro nivel. Huyan lo más lejos que les sea posible. Yo me iré por la izquierda, haré lo que pueda por




alcanzarlos por ese camino. Que Jesús nos de fuerza y valor. Animo!” -Y llegando a la división de los senderos, el grupo del cabo siguió por la derecha, Acrón se fue por la izquierda.

Los invasores ya casi les daban alcance, y cuando llegaron al punto en donde se partían los pasillos detuvieron sus largos pasos, pues les era poco fácil correr. El robot de torso y brazos rojos tomó el rumbo que siguió el Mayor Acrón, y el otro, persiguió a los cinco que iban con el cabo y la chica.





Acrón pasaba lo más velozmente posible a través del pasillo. El rojo acosador se aproximaba más y mas a él, reduciéndose alarmantemente los metros que los separaban. Acrón doblo a la izquierda, en la única vuelta del pasillo, lo hizo a buen tiempo pues rayos mas rojos ya casi lo tocaban, y en lugar de darle a él fueron a dar contra la pared.
Largos pasos daba el metalizo cazador, los cuales advertían y ponían nerviosa a su solitaria presa. El metálico dobló en la misma esquina, Acrón estaba ahí mismo esperándolo. Acrón se arrojo con sus pantalones extendidos en las manos hacia los pies del larguirucho robot; ató rápidamente las dos partes largas del pantalón alrededor de las sintéticas piernas, provocando que así su contrincante tambaleara y se limitara en movimientos. Acrón, ahora vestía únicamente sus botas blancas, calzoncillos y chaqueta azules, traía entre dientes un anchuroso cuchillo, el único artefacto de defensa que le quedaba. Pronto escaló por la espalda del rojo, se quito su chamarra azul y la puso en el vidrio parabrisas para así obstruir la visión del enemigo, inmediatamente a esto, agarro el grueso cuchillo y lo estrello contra el vidrio, pero la ruda navaja se quebró a la mitad, quedándole solo una parte junto al mango.
El robot rompió el pantalón con la fuerza de sus pies y se quito el saco del frente; luego aprovechó que Acrón seguía sobre su lomo y se arrojó hacia atrás para así azotar a su montador contra el muro. A la primera vez, Acrón solo gimió un poco debido al golpe, pero luego el metálico agresor tomo más impulso e impacto duramente a Acrón, que esta vez grito con más fuerza, pues cuatro de sus costillas se acababan de quebrar.
Su opresor ya iba por la siguiente acometida, pero esta vez, Acrón puso su espalda contra la pared y con mucho esfuerzo puesto en sus gruesas piernas que estaban tratando de frenar el siguiente empuje, gano algo de tiempo; y con lo que le quedo del cuchillo, rajo una parte del inconsistente techo que estaba casi rozando su cabeza; saco un par de cables eléctricos, los corto por la parte más cercana a la salida del techo, sujetó los cables que luego enredo entre el mango de la navaja y después con su dedo índice empujo la punta del cable para que se juntara con el metal del cuchillo, sacando varias chipas al contacto, y así lo clavo entre la articulación del brazo derecho del temible robot, logrando con esto, electrocutarlo. Al estar el robot envuelto entre el choque, Acrón lo empujo hacia adelante con sus pies protegidos por las blancas botas. Sucedió un apagón en todo el sótano debido al conflicto eléctrico, pero ocho segundos después, la energía se reanudo, merced a los sistemas auxiliares. Acrón yacía en el piso junto con el dolor interno de sus huesos y con el pequeño alivio de haber salvado el anterior obstáculo, pero a la vez tal consuelo era incompleto, pues en su mente tenía a los dos oficiales y niños que estaban en una situación parecida a la que él había afrontado.


“Vamos niños que ya casi lo logramos. No miren hacia atrás y no tengan miedo, nosotros los protegeremos. Xitlali…marca la clave en el tablero.” -El cabo sudoroso, impero a su compañera que iba un paso delante de él, pues ya casi habían alcanzado el umbral de la puerta cerrada que los estaba esperando al final del pasillo. La joven chica de diecinueve años digito con manos temblorosas -pero certeras- los cuatro números que se requerían para poder acceder a través de la compuerta, la cual se abrió al instante, pero en eso, un rayo rojo cruzo cerca del hombro del oficial, el asediador estaba a unos pasos de ellos.
Pronto todos se metieron al cuarto. La mujer activo el cierre, el cabo sin perder segundos se encamino hacia la armería que estaba detrás de una de las dos puertas que estaban el cubil. Un ruido metálico aumento la tensión que tiraba de los asediados; el intruso se había arrojado al frente, bloqueando con sus brazos los portillos que ya casi se habían unido, quedando en medio de las puertas a medio cerrar.
La pequeña niña grito y comenzó a llorar. Los demás niños estaban arrinconados y se sujetaban uno del otro. Pero al poco tiempo Xitlali reaccionó y se dirigió al único botón de seguridad que se encontraba a su lado izquierdo extremo, el cual daba paso al siguiente sector. Al ver esto, el rastrero hostigador sin levantarse del suelo apunto en dirección al botón, hacia el que se dirigía la joven; y con un solo disparo lo dejo inservible, luego puso en la mira a la indefensa guardia, y un disparo más potente se escucho…el brazo armado del robot había sido desecho por el efectivo cañón de plasma que el cabo cargaba en sus brazos. El guardia ya se preparaba para darle otra merecida descarga a su cruel oponente, cuando este, súbitamente trajo al frente el brazo que le quedaba y despidió un seguro rayo hacia el joven el cual recibió el impacto, y a pesar de esto, el joven logró apretar el disparador, pero este ataque no dio en el blanco, sino que tan solo logró abollar una de las puertas. Las luces de todo el sector parpadearon y se apagaron.

“Thaaag!” -Un angustioso grito salió de Xitlali, la cual corrió al lado del cabo y lo tomo en sus brazos. La iluminación regreso a la normalidad. Xitlali en un impulso de ira, miró al robot que ya se preparaba para acabar con la vida de ella, y esta, sin moverse de su lugar y usando el poder supra normal de su mente, le arranco las cuatro extremidades a su oponente.
Xitlali tomo el cañón de plasma que estaba junto a Thag, con serio coraje y mientras caminaba descargo el arma una y otra vez sobre lo quedaba de su vulnerable atacante, lo hizo así continuamente hasta romper el oscuro parabrisas y comprobar que, el que manejara esa mortal maquina estuviera totalmente fuera de combate.
Detuvo sus pasos. Miró por un momento lo que había hecho. Soltó la pesada arma - que cayó ruidosamente al piso-. Y de nuevo se echo a correr hacia el cabo Thag.

“Thag, por favor despierta… dime algo…ya todo está bien…el peligro ya pasó…por favor no me hagas esto…por favor no me dejes así…despierta, despierta, oh Thag despierta…” -Mientras lo abrazaba, sus débiles lagrimas buscaron salir en abundancia para así poder caer en el rostro del valeroso Thag, y de esta manera, despedirse de él.
Los cinco niños se pararon alrededor de los desafortunados oficiales. La pequeña niña los miraba con lágrimas en los ojos, ya casi secas.







En la superficie de la Base Marineris


El sargento Sagaris inmediatamente bajó por las escaleras e intento abrir las puertas que se acababan de cerrar, pero estas, ya se habían bloqueado. Por algunos segundos se quedo pensando, y luego, se dirigió hacia el pequeño robot que había bateado. Con el golpe de un tubo lo bajó desde arriba de la malla en la cual estaba colgado. Después le incrustó en la cabeza el mismo tubo, destrozando así sus circuitos internos.
Ya sin la energía magnética que generaba el robot, las cuatro pistolas se desprendieron de sus manos. Sagaris las tomó, guardó dos en su cinturón y las otras las llevó en sus manos. Encaminó sus pasos hacia la pista de aterrizaje, en donde se llevaba a cabo el intercambio de disparos entre oficiales e invasores. Dos más de estos últimos, habían aterrizado en la pista. En medio de este fuego cruzado se encontraba la precipitada nave.
Sagaris tomó uno de los vehículos, y avanzó orillándose por los almacenes, rogando a Dios de no ser descubierto por los enemigos y así llegar a salvo con sus compañeros. Tan pronto lo consiguió, vio tirado a uno de sus conocidos, quien tenía el chaleco azul manchado de sangre, pues un cruel rayo había alcanzado su vientre, quemándolo profundamente y dándole así la muerte.

“¿Quiénes son esos desgraciados? ¿Qué justa razón podrían tener para atacarnos y arrebatarnos la vida? ¡Quiero que me dejen uno para mi!” -Con fuerte grito exclamó esto Sagaris, mientras que apretaba su puño izquierdo y miraba a sus camaradas que estaban ocupados en disparar y ocultarse simultáneamente entre muros y columnas.

“No conocemos sus propósitos, ni su procedencia, pero parecen interesados en esa nave caída.
Y yo también quiero uno de esos malditos. Frederick Mercury era mi amigo.” -Le hablo así uno de los soldados, a la vez que miraba con desconsuelo al inerte cuerpo de su amigo.

“Pues mas nos vale, partir pronto a esos cuatro de allá, porque otros dos mas están dentro de las instalaciones del primer sótano auxiliar; ya el Mayor Acrón y otros dos colegas se las deben de estar viendo difíciles con ellos, y lo peor de eso es que hay niños con ellos. ¿Usted esta al mando capitán…? -Pregunto Sagaris al oficial; al ver en su saco azul un escudo con un círculo dentro de otro mas grande, distintivo del grado de Capitán.

“Capitán Joseph Lister. Tal parece que soy el de mayor rango en esta trinchera, así que escúchenme todos…” -Poco a poco el capitán comenzó a elevar la voz y continuó: “Tengo un plan…somos más en número, ellos son cuatro por el momento, pero sus armas y sus revestimientos son mas fuertes. Aun no sabemos si son absolutamente robots o si hay humanos controlándolos desde adentro. Debemos neutralizar totalmente a tres de ellos, el cuarto debe quedar con un solo aliento que nos proporcione información. Bien, ahora todos saldremos de este resguardo, excepto tu, tu y tu.” -Señalo a tres centinelas que seguían atacando y cubriéndose desde su posición, pero sin perder detalles de las instrucciones. Y prosiguió la explicación así: “Rodearemos a los enemigos, sin dejar de atacar a los cuatro, entonces cuando yo y otro voluntario hagamos lo que voy a detallar…todos deberán arremeter sobre los pies del que se encuentra en el extremo del flanco derecho. Lo que yo hare, es ir en ese vehículo que el sargento trajo, junto con un conductor y acercarnos e introducirnos…” -
Un gemido cercano al capitán interrumpió la exposición del plan, pues un guardia, mas, había
caído.


Lister miró con preocupación y tristeza al cuerpo sin vida, y después, con mas
determinación y voz que antes, continuó: “No dejen de disparar! Como les decía, nos acercamos el conductor y yo; y nos introducimos por el norte, entre el acorralamiento que ustedes harán; estén atentos a eso. Lo que yo hare es colocar detonadores magnéticos a tres de ellos; el de la orilla, como dije, es suyo. Y bien, quien me ayuda en el volante?

“Capitán, soy el sargento Sagaris de la División Aérea. Yo hablaba en serio cuando dije que me dejaran uno para mí. Yo le ayudare capitán Lister.” -Afirmó con seriedad.

“Excelente. Ahora, ¿alguien tiene dos detonadores magnéticos?” - Así lo solicitó Lister, y en un instante dos guardias le entregaron cinco explosivos; y dijo: “Ahora, en cuanto el sargento y yo encendamos el carro, todos dejaran sus posiciones, excepto tres de ustedes; y rodearan a los hostiles. Los demás ya saben que hacer. Recuerden que no luchamos solo por nuestra vida, sino por la de los leales camaradas y la inocente gente civil que se encuentra en esta respetable Base Marineris. El enemigo esta en nuestra casa común, ya cobró por lo menos dos valiosas vidas por motivos desconocidos; y podrían ser aun mas sus victimas…conocidos, amigos, hermanos o familia; obviamente no buscan diálogos de paz. Defendámoslos entonces, y si hemos de caer, caeremos cumpliendo nuestro deber como guardianes, y aun después de haber expirado nuestro último aliento seremos reconocidos por los hombres y recompensados por los Creadores. No habrá muerte indigna en esta batalla. Pues entonces supliquémosles por valor, fuerza e inteligencia, ya que los necesitamos como nunca en estos inciertos momentos.” -De esta manera habló Lister, y cerró los ojos por un momento. A su manera cada uno de los guardias rezaron, oraron, suplicaron y encomendaron su vida y su familia al Dios en que cada uno ellos creía. Después, Lister camino hacia el transporte que le ayudaría en su debida empresa; por detrás lo seguía Sagaris.

El inflexible tiempo abrevio sus ruegos. La adrenalina comenzó a recorrer las venas de todos, junto con una extraña valentía que hacían latir sus corazones como tambores, los músculos se les pusieron rígidos como cuerdas musicales que esperaban ser pulsadas en el orden que el orquestador dirigiera. Los instrumentos de combate estaban preparados, el director de batalla acordaba los últimos arreglos con su condiscípulo, luego estos dos subieron a su podium metálico, el sonido del motor encendiéndose dio la pauta para que la entonación de los disparos y lo ya concertado, dieran comienzo.
Al unísono, marcharon los oficiales, apresurándose en inutilizar lo más pronto posible a sus oponentes, a los que poco a poco fueron rodeando con disparos, pero los más cercanos a estos contrincantes, eran los que tenían mayor dificultad en unir el cerco humano. Y así, en esto, seis esforzados llenos de heridas, dejaron la vida.
Los escasos dieciséis soldados, que se encontraban atacando desde el otro conjunto de hangares, al ver el movimiento de sus cuarenta y ocho colegas organizados por el Capitán Lister, se unieron a ellos tratando de imitar su formación.
Todos juntos entre nerviosos insultos pasaban a lado de la nave estrellada - ya sin llamas pero con varios impactos del fuego cruzado- por fin lograron acorralar casi totalmente a sus provocativos rivales.
Y en esto, el sonido del vehículo conducido por Lister y copilotado por Sagaris se acerco rápidamente por la orilla izquierda. Los guerreros del lado noroeste les abrieron paso; Lister, sin dejar de disminuir la velocidad y con los brazos tensos pero bien sujetados al volante, dio un leve giro al entrar, derrapando un tanto, y luego, estabilizando el carro de batalla se dirigieron directamente hacia el oponente del extremo izquierdo. Sagaris, con un
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sencillo temblor de piernas se puso de pie, agarrándose con una mano al parabrisas y con la otra a la puerta, preparándose para la acción encomendada.
En cuanto pasaron junto al desprevenido rival, y sin detenerse el vehículo, ni bajarse de el, Sagaris aferro su fortísima mano a la pierna del robot que al jalarlo lo derribo y arrastro, al mismo tiempo que le colocaba un detonador magnético y se aproximaba al siguiente enemigo, al llegar a este, el robot que venia siendo arrastrado choco con las piernas de su metálico compañero, tumbando a este también al suelo. Sagaris soltó la pierna y le aventó un explosivo igual que al primero. El transporte no se detenía. Ahora iban hacia el tercero, que ya se había percatado de todo esto. Lister y Sagaris saltaron hacia los lados, dejando al carro impactarse a toda velocidad contra el adversario, explotando así junto con este; casi al mismo tiempo los otros dos robots estallaron.
Los demás combatientes de la Base no perdieron tiempo y se concentraron en el último contrincante que subsistía. La descarga continua de rayos repartidos, comenzaron a ennegrecer sus sintéticos brazos, espalda y piernas, los cuales en unos segundos se desbarataron, quedando como amputado de antebrazos y pies y con las aberturas de las articulaciones exponiendo sus cables y chisporroteando lucecillas.
Todos los guardias elevaron sus rostros, brazos y armas hacia el cielo, y dieron un grito de victoria, y un pensamiento de gratitud hacia las Deidades.


Simultáneamente a todo esto, un par de dorados platillos musicales chocaban entre sí, dando fin a la ultima canción que se interpretaba en el Auditorio De Bach, el publico se puso de pie, inundándolo todo con sus aplausos, los músicos se levantaron de sus acojinados asientos y junto con el director -de impecable traje blanco- hicieron algunas reverencias hacia los complacidos asistentes que no querían dejar de aplaudir en reconocimiento a la bella canción creada en honor a la Madre Maria.

En la Base de la Guardia Marciana, uno de los victoriosos oficiales bajó los brazos, su rostro mostro preocupación al tiempo que giraba en dirección hacia las llamas, en donde yacían los restos de sus vencidos enemigos; se acerco inquietado, y ahí, cerca de las flamas encontró a quien buscaba: Joseph Lister estaba tirado boca abajo, con un charquillo de sangre bajo su mejilla derecha; a unos metros de el, en sentido opuesto, Sagaris permanecía en el suelo, igualmente inconsciente y con manchas de hollín por toda la cara y uniforme.

En el auditorio, el telón descendía poco a poco. Las palmas no cesaban de oírse en el recinto. Al tocar el telón en el piso, los concertistas dejaron sus respectivos instrumentos en sillas y en el suelo y con gusto se acercaron a felicitar a su director, que sonriente aceptaba las atenciones y cumplidos que recibía por su reciente acto, sin embargo, el también les agradecía a todos por cooperar con su talento. Una joven y bella flautista se acerco al halagado maestro y deposito un beso en su mejilla derecha en reconocimiento a su excelso arte.

Sobre la pista de aterrizaje, el júbilo por la victoria se alejaba lentamente y daba lugar a dos cosas: al ruido alterante de las ambulancias y al cuidado de la situación de los compañeros heridos o fallecidos que se encontraban esparcidos en el pavimento. Un guardia trató de mover el maltrecho cuerpo de Sagaris, pero un paramédico que se acercaba junto con otro - y que traían una camilla- le exclamó que no moviera al vulnerable hombre, pues necesitaba auxilio especial. Por aquí y por allá muchos mas socorristas asistían a los caídos, tomándoles el pulso, sujetándolos adecuadamente para acomodarlos en camillas que eran llevadas a


ligeras camionetas con equipo medico básico en el interior de sus cabinas - pintadas con anchas franjas verdes horizontales y con un símbolo grande en forma de gota de agua, verde también.
Uno de los enfermeros, escucho un ruido detrás de si, volvió la mirada hacia la oscura nave que permanecía sobre la vía de aterrizaje, y de la cual, todos parecían haberse olvidado. El vidrio opaco de su compartimiento de pilotaje comenzó a ascender, liberando restos de humo que pausadamente dejaban ver en su interior a la silueta de un humano. La mayoría de los presentes observaban esto con curiosidad y cautela. Se logró finalmente poder mirar a un hombre con ojos cerrados, recostado en su asiento, con apariencia lastimosa y con heridas por todo su desnudo tórax. El desconocido tripulante, con dolor manifestándose en la cara, se inclino hacia adelante y recargo su rostro en el tablero de controles. Tres paramédicos acudieron en su ayuda.

En el amplio salón de baile del Auditorio De Bach, la gente que presenció el concierto, aguardaba afuera en las puertas del pasillo que conducía a los camerinos. Un custodio con uniforme holgado color café cuidaba de esa salida, y otro con el mismo uniforme se le acerco y le susurro algo en el oído, el primer centinela se limito a escucharlo, y después con mirada confundida, vio como el susurrante colega se alejaba entre la multitud. Un mesero de túnica verde oscuro ofrecía bebidas en copas de cristal a los asistentes que también estaban ataviados con parecidas túnicas sencillas de color blanco en su mayoría; otras túnicas eran de variados colores combinados. Algunas mujeres lucían vestidos blancos un poco más elegantes, muchas damas usaban sencillos adornos como: aretes, collares, pulseras compuestas por conchas de mar, piedras naturales llamativas o piedras preciosas artificiales. Todos estaban expectantes y a la vez dialogaban entre ellos. Las puertas resguardadas por fin se abrieron y el tan esperado músico apareció, traía su brazo derecho puesto sobre el hombro de un citarista hindú y detrás de ellos venia el resto de los instrumentistas. La muchedumbre palmoteo con las manos en alto, mientras le abrían paso al principal artista celebrado junto con sus compañeros de arte. Cuando llegaron al centro de la
pulcra sala, las palmas cesaron. Una dama que traía un cofrecillo, junto con un caballero; se acercaron al concertista. El hombre tomó el cofre en sus manos y lo abrió. Asomó un hermoso dije de platino con la forma de la llave musical “Sol”, que al ser tomada por la mano de la mujer resplandeció tímidamente pendiendo de su cadena. Luego la colgó en el cuello del joven maestro de música. Las ovaciones volvieron a escucharse y el agraciado con semejante joya la tomó entre sus dedos índice y pulgar, la subió a la altura de su nariz y la mostro a todos los amables convidados…y de repente, todos en la salón se desvanecieron hasta desaparecer por completo, excepto por el centinela de uniforme café, el que cuidaba el acceso a los pasillos interiores; el cual perdió la consciencia y cayó al piso, siendo la única persona que quedaba en el lugar. Entonces una cegadora luz invadió la estancia entera, y después, así como llegó, tal intensa iluminación abandono la sala, y junto con ella toda la energía eléctrica que iluminaba el sitio. El vigilante a oscuras estaba tirado en el frio suelo de mármol blanco. Dos sombras se sobrepusieron en la espalda del desfallecido centinela. Eran dos hombres que lo tomaron por los brazos y pies llevándolo hacia afuera del recinto. Y ahí…en el jardín principal lo arrojaron dentro de una grande esfera gris, se subieron en ella, rotó dos veces sobre su eje, luego se elevó y se perdió en el oscuro cielo estrellado.






A las afueras de la Luna



La redonda embarcación de los Cuarzos Rojos poseía gran rapidez y pronto le dieron alcance a la sencilla nave del hotelero, la cual llevaba buena velocidad.

“Esta será la única advertencia…desaceleren…y ríndanse o los reventaremos.” -Tal fue el aviso de los cuarzos. Esperaron algunos segundos, pero sin dejar de apresurarse; la nao amenazada los ignoro. Un cegador resplandor nació en la esférica nave, y un segundo después, su presa estallo en una multitud de pedazos oscuros que quedaron flotando en el indiferente espacio exterior.

“Arráez Derceno, el objetivo está eliminado. ¿Cuál es lo siguiente?” Preguntó uno de los pilotos al líder que tenía tres cuarzos en su máscara.

“Nuestras siguientes metas están en otros hospedajes y concurrencias en la Luna.” -Respondió Derceno mientras miraba con satisfacción a los restos de la nave que había deshecho.





Mare Spumeggiante


Quieran los Dioses, que esos malnacidos hayan caído en nuestro plan, pero aun así…este ya no es un lugar seguro. No pensé que tuviera que irme de este lugar tan pronto. Apenas siete años aquí; ya me había acostumbrado. Es un buen sitio, muchos viajeros pasan, tiene buena vista, o no te parece Dasdel?” -El recepcionista comentó con cierta preocupación, a la vez que cerraba una pequeña puertezuela en el techo por donde habían entrado ambos a un cuarto de almacenaje, en donde se encontraban grandes generadores de energía y tanques de combustible y tuberías que pasaban por cajas de interruptores. Además había varios anaqueles con diferentes herramientas y metálicas cajillas cerradas.

“Si. Reconozco que tuvo una buena idea al sacrificar su nave personal, al ponerla en piloto automático y lanzarla al espacio, le admiro eso, pero…que relación tiene usted con ellos? ¿Quiénes son? ¿Quién es usted?” -Pregunto Dasdel con cierta desconfianza.

“Mi nombre es Bruno Boáz, y esos tipos eran los Cuarzos Rojos, un grupo con desconocidos propósitos, que rara vez salen a hacer ruido. Pero cuando lo hacen, traen desastres e incertidumbre por sus acciones. Poco se sabe de ellos. Sinceramente no se porque buscan a ese tal Marzzi, pensaban que yo lo conocía, y me querían sacar información que no tengo…me temo que he caído en un enredo.” Aseguró Boáz con resignación.




“Y no solo usted, yo también estoy embarrado con ello, y no culpo a nadie. Últimamente no he estado de suerte. Otra cosa; usted les mostro esa velocísima habilidad, ahora lo tomaran como un riesgo, o trataran de reclutarlo para lograr sus fines o hasta matarlo, si es que se enteran que aun esta vivo.” -Así razonó Dasdel.

“Cierto, tu y yo metidos en problemas. Eso no es todo, hay once personas hospedadas en mi posada, más tres empleados, amigos míos. ¿Sabes lo que quiero decir? Bueno, tengo que sacarlas de aquí. Este lugar ya es un trance. Debo llevármelos a otro lado, no se ni siquiera como se encontraran ahora que todas las salidas están bloqueadas, incluidas sus habitaciones. Por cierto, ¿era en serio aquello de: “Ya no tengo ganas de ayudar a nadie aquí.” -Preguntó Boáz con tono de complicidad.

“¿Que? No. En realidad quería saber cómo reaccionarían, y en cierta manera resulto algo conveniente: el ver de quienes se trataba, y así medir la situación. No estuve tan seguro de eso al principio, pero fue lo primero que se me ocurrió. Le diré que…si no salía algo mejor que eso, iría a esa azotea y abriría a como diera lugar esa horrenda nave que contaminaba el edificio. Ese era mí improvisado plan de último minuto, yo tenía que hacer algo en una situación así, pues no sabía que le tenían a usted sometido.” -Así declaró Dasdel.

“Interesante. Gracias a los Dioses que estamos con vida y a salvo; por el momento. Pero no te sientas comprometido conmigo Dasdel, si así lo deseas puedes tomar tu propio rumbo.” -Y sin esperar respuesta, Boáz se paro frente a un manubrio metálico incrustado en una de las paredes, lo observo por un instante y dijo: “El tiempo es eterno, pero no lo es para los humanos.” Después con ambas manos giro esforzadamente la manija hacia la derecha.

“¿Le ayudo? -Sugirió Dasdel cuando se acercaba al veterano Boáz, pero este le hizo una seña en negativa mientras seguía empujando el cigüeñal.

“Entiendo. Mire, quiero salir de este asunto lo mas limpiamente posible, podríamos irnos de aquí juntos, y en cuanto le vea a usted, a sus gentes y a mi seguros, tomare otra ruta.” -De esta manera confirmó Dasdel.

“Juntos nos sentiremos mas seguros. Me parece buena idea.” -Comento Boáz, quien soltó el manubrio, entonces una compuerta oculta al fondo del cuarto se abrió. Una ligera iluminación apareció revelando una sala de controles con dos asientos alineados y uno detrás de estos.

“Como dije, no tenemos tiempo que perder, será mejor irse ya. No podemos ir a pedirle permiso a los residentes para movernos a otro lugar, es una emergencia. Dasdel, toma el asiento del copiloto por favor. Que nos vamos.” -Diciendo esto, Boáz, tomo un auricular con micrófono incluido, apretó un par de botones digitales en el tablero y prosiguió con estas palabras: Huéspedes del Mare Spumeggiante, les habla el gerente Boáz, les pedimos una disculpa por el desagradable humo que hace unos momentos penetro en el albergue, y por el bloqueo de entradas y salidas; pero unos aun mas detestables y apestosos terroristas llegaron a perturbar nuestra apreciable tranquilidad. Nos hemos librado ya de ellos. Los detalles que lo que sucedió y viví se los relatare en el transcurso de nuestro viaje, pero por el momento y dada la situación no puedo permitir que ninguno de ustedes se arriesgue a quedarse en esta zona de Spumeggiante. Ahora nos trasladaremos a un lugar más seguro y a no demasiada distancia de aquí. Por favor disfruten su breve estancia en el ahora Crucero Mare Spumeggiante. Gracias.


El cilíndrico edificio de cinco pisos que servía de hotel -gracias al impulso de poderosos propulsores- comenzó a elevarse lentamente, desenterrando toda su base subterránea junto con los superiores patios frontal, lateral, trasero, y el estacionamiento en donde habían cuatro vehículos terrenales y una pequeña nave volátil. Desde una vista aérea: la nave hotel parecía un rombo con un círculo en medio, el cual era la azotea misma. El estacionamiento asemejaba a un helipuerto. En una visión lateral: era como un barco con una sola chimenea.
Ya obtenida la suficiente altura, la pesada embarcación inicio su travesía rumbo al sur de la superficie lunar.


Algunos minutos después…

“Y así fue como mi amigo Dasdel y su servidor salimos de aquel apuro, y como escucharon, el fue el único suficientemente inteligente como para poder escapar de su bloqueada habitación…es broma, lo que pasa es que el tiene una buena cortadora. Bueno, llegaremos a nuestro destino en una hora, lamento no poder decirles hacia que lugar nos dirigimos, pero es por nuestra seguridad; gracias. Ah, por cierto, Baruk, Kano y Tabita, por favor tómense el día libre, agradezcamos a los Dioses por un momento mas de vida y tratemos de aprovechar este día de la mejor manera que a ellos les gustaría.” -De este modo Boáz informó a las personas alojadas y continuó con Dasdel: “No es fácil mantener a la gente tranquila y segura en este tipo de situaciones, ser optimista es parte de mi, pero no lo es de mucha gente, espero que tu estés bien.”

“Claro. También espero que todo salga bien. Y cuanto hace que usted adquirió esa “velocidad” con la que desarmo a los cuarzos, o es que nació con ella?” -Preguntó Dasdel al piloto.

“Bueno, en realidad hace pocos años, yo…” -Boáz interrumpió su relato al ver parpadear una luz roja por toda la cabina, seguida de una programada voz de alarma que decía: “Falla en el sistema…fuga de combustible…falla en el sistema…fuga de combustible…” -Repitiéndose así una y otra vez.

“No es posible. Me asegure de que todo estuviera en perfecto orden, comprobé los tanques de combustible, todos estaban seguros. Es muy raro.” -Bruno afirmaba de este modo, cuando de repente la nave dio un bajón, comenzando así a caer; lo que provoco que súbitamente los ocupantes despegaran los pies del piso, y luego los volvieran a posar en él unos segundos después. La nave sin control estaba descendiendo hacia la tierra.

Boáz pronto abrió una pequeña tapa de debajo del tablero de controles, y jalo hacia si una palanca, pero sin dejar de sujetar el volante de dirección con la otra mano, y dijo: “No te preocupes Dasdel, tengo todo bajo control, siempre tengo dos depósitos auxiliares de combustible, ya selle el que tenia la fuga…lo ves la nave se ha estabilizado. Pero lo que acaba de suceder es de lo mas extraño. Lo cierto es que llegaremos a nuestro destino con la ayuda de los benéficos Dioses. Te ves agitado amigo…estas bien?

“Creo que si, no vuelva a hacer eso por favor. Me refiero, a que espero que usted este seguro de que esta cosa, esta nave, nos regrese completos a tierra firme.” - Dasdel expresó esto con un tono entre molesto y a la vez de alivio mientras se sujetaba firmemente a su asiento y se abrochaba el cinturón de seguridad, que en un principio había ignorado,


Boaz sonrió, luego encendió la alta voz para que lo escucharan en toda la nao y dijo: “Les pido una disculpa a todos, y en especial a ti Dasdel, por el susto que llevamos hace un minuto. Pero les aseguro que llegaremos a salvo. Disfruten su estancia en el emocionante Spumeggiante.” -Un breve pitido confirmo el corte de transmisión. El viejo piloto se puso pensativo. Miró a través del vidrio-parabrisas al desértico, solitario y arrugado suelo lunar -producto de la erosión- y en cierto modo le recordó a el mismo. Un poco mas arriba de eso, vio una hermosa Tierra inmóvil, callada y atenta a la actividad de los pequeños seres que habitaban el diminuto globo blanco.

“¿No crees que la Tierra era extraordinaria y poderosa? Ella nos lo daba todo, un aliento de vida que compartíamos con las plantas. ¿Alimento...? Ahí estaba siempre, claro en gran parte del planeta. ¿Agua…? La teníamos en abundancia. ¿Placeres…? Los mas puros nos otorgaba, los campos llenos de vegetación y color, que servían como lienzo para que el sol al ponerse, pintara los mas bellos amaneceres; campillos que traían los mas agradables aromas, junto con las reconfortantes brisas que giraban en torno a las ramas cargadas de deliciosas frutas, que al solo tocarlas se podía imaginar el sabor que esperaba ser disfrutado en la boca. Mientras se gozaba de ello, uno elevaba la mirada hacia el cielo azul adornado de radiantes nubes que acompañaban los paseos de las aves al volar, y así descansando en medio de todo esto para que al final del día solo quedase voltear hacia el horizonte…refugio del atardecer.” -Después de declamar esto Boáz volvió a quedarse pensativo.

Dasdel, acabó de escucharle, luego pensó y dijo: “Si, creo que la Tierra “era” extraordinaria y poderosa; creo que esta atmosfera artificial que ahora nos envuelve y preserva, nunca se comparara con la terrestre. ¿Qué tal si esta algún día se desbarata y…adiós oxigeno artificial. A pesar de que cada hogar tenga equipos especiales con oxigeno, eso no duraría para siempre. Ni que decir de toda esa comida sintética que nos alimenta a medias, y a la vez nos desnutre paulatinamente, es una pena que la comida natural sea escasa y muy cara; quizás yo debería construir mi propio invernadero, claro ya que sea rico, y si es que aun hay en venta tierra natural para cultivar de nuestro entristecido planeta azul. Como aquellas grandes y extensas hortalizas que el gobierno lunar administra, corren el riesgo de ser contaminadas por las latentes plagas propias del satélite mismo.”

“¿Y el agua?” -Pregunto a Dasdel, como insinuándole que faltaba algo.

“Bueno, creo que aquellos manantiales y ríos que se unen a los pequeños mares que tiene la Luna -y que nacieron justo antes de la venida de la humanidad aquí- nos proporcionan escasa agua potable y alimento, aunque lo hacen en forma constante. Quizás nuestros gobernantes realmente cuidan celosamente de ellos. Pues si no fuera así, incluso los pocos parajes que son verdes -gracias a su cercanía con el agua- ya no serian de tal color, y se tornarían igual que la mayor parte de la superficie lunar: infértil, pálida y triste.
Y con respecto a los atardeceres: nos toca esperar quince días por ellos y gozarlos solo quince, ni más ni menos. Creo que en la Tierra había mucha más vida que aquí en la Luna, a pesar de la necedad con que allá se vivía.”








“En el principio, cuando Dios creo
los cielos y la tierra, todo era confusión
y no había nada en la tierra.
Las tinieblas cubrían los abismos
mientras el espíritu de Dios
aleteaba sobre la superficie de las aguas.”


Génesis 1: 1-2

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